No tenías muy claro si apuntar a tu niña a gimnasia rítmica… otra clase extraescolar… salir del colegio, con prisas, merienda corriendo, dejarla en el pabellón… luego a correr otra vez, hacer los deberes más tarde, los baños, las cenas… pero bueno, al final se puso tan pesada, que yo no se que le ha dado a esta niña con la gimnasia, que accediste. Y fuiste al pabellón, y viste que había buen ambiente, y muchísimas niñas y bueno, por qué no. Venga. Que se apunte.

No esperabas que al poco de que la niña estuviera dando clase, te llamara la entrenadora para decirte que tenía cualidades. No, si cuerpito de gimnasta tiene, eso ya lo habías visto tú. Pero de ahí a cualidades… con eso no contabas. Y la entrenadora te propone que la gimnasia deje de ser una clase extraescolar… y sea un poquito más.

Y te da miedo. Miedo porque has oído que las de competición entrenan más días a la semana y más horas, miedo porque tienen muchos compromisos los fines de semana y a ver qué haces tu con la familia… miedo porque viajan, y sobre todo, que te han dicho que las madres se pasan horas pegando cristalitos de swarosky en los maillots de competición. No te gusta empezar algo y luego dejarlo a medias, y no quieres que tu niña lo haga tampoco.

Pero bueno… lo habláis en casa y decidís que bueno, por qué no. Y os comprometéis todos con la gimnasia. Porque -al principio sobre todo, pero al final también- el compromiso es de todos. Todos en casa colaboráis para llevar a la niña a los entrenamientos, para recogerla, a veces colaboran hasta los vecinos y las mamás o papás de otras niñas del cole… Todos os comprometéis con las competiciones y recorréis con la sonrisa puesta los polideportivos de la comunidad de Madrid, y cuando la niña va creciendo y escalando categorías, los de media España. Y no hay padres más orgullosos que vosotros cuando la pequeña, que ya no es tan pequeña, sale al tapiz con sus compañeras, y lanza al aire la pelota, recoge las mazas, atraviesa el aro, anuda la cuerda o hace volar la cinta. No hay hermanos más felices cuando aplauden a la que ha conseguido arrastrarlos por todos los pabellones imaginables.

Y entonces, cuando han pasado ya tantos años que ni te has dado cuenta, cuando tu niña es ya una mujer, y cuando ya se pega ella solita los cristales de swarosky en el maillot ( 😉 ) recuerdas con nostalgia el miedo que te daba que empezara esas clases extraescolares y que se tomara demasiado en serio la gimnasia… porque has descubierto que las cosas buenas que le ha enseñado, lo que la gimnasia ha aportado a su vida, ha compensado de sobra los miedos.

Tu pequeña es ya una chica disciplinada y responsable. Ha aprendido a valorar el tiempo y a aprovechar cada momento de su vida, por eso siempre le ha dado tiempo a ir bien en el cole (incluso muy bien) sin descuidar sus entrenamientos. Ha preferido dedicar los viernes a entrenar duro en lugar de salir a hacer el indio como otras de sus amigas. No se arredra ante nada, tu pequeña es una adolescente que sabe sonreír aún ante las dificultades y no tiene miedo a mostrarse en público tal y como es. El tapiz le ha dado confianza y seguridad en si misma. No te equivocaste: la gimnasia le ha ayudado a convertirse en la mujer que está a punto de ser.

 

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